Domingo 12 de junio, 12:59 p.m.
“Cuéntame sobre ti”, dice un extraño con acento francés, sentado frente a mí. Es un tipo alto, figura delgada y cuando sonríe, los ojos se le achinan. Me siento cómoda estando aquí, compartiendo una conversación y un par de cañas en un bar de Malasaña con alguien a quien le atrajo mi alegría; no mi nombre, ni apellido, ni pasado, solamente yo - la que sonríe con los ojos cuando habla de la vida y no teme ser ella misma.
“¿Por dónde empiezo?” le respondo mientras sonrío pensando en las muchas posibilidades que tengo de contar mi biografía a alguien que no conoce nada de mí. “Por el principio”, sonrió de regreso, seguido de un sorbo de esa caña con la espuma que te abraza hasta el alma.
Me reí mucho esa noche y me sentí liviana. Así como me he sentido a lo largo de estos últimos meses en los que decidí no tratar de encajar etiquetas y solo ser. No aparentar, ni tratar de agradar.
Salimos de aquel bar y empezamos a caminar en la calle de Fuencarral, sintiendo el viento con olor a restos de sol en una noche de verano en Madrid. Me acompañó hasta mi casa y una vez en el portal, con ese acento francés, me dijo: “I had a really good time”, al que yo respondí “yo también, gracias por las cañas y la buena conversación”. Me gustan esos encuentros en los que se mezclan dos idiomas e igual te entiendes a la perfección. Nos dimos un abrazo y dijimos adiós.
Lo increíble de coincidir con un francés, en un bar, un martes por la noche, fue la oportunidad, y el reto, de regresar en el tiempo y escoger qué momentos, personas e historias han marcado un antes y un después en mi vida suficientemente profundos para hacerlos protagonistas de mi biografía.
¿Cuándo fue la última vez, fuera de un ambiente laboral, que le contaste tu historia a alguien que no sabía nada de ti?
Un reto, ¿verdad?
Mientras respondía, me sorprendía como todo y todos los que han cruzado mi camino se conectan de alguna u otra manera, siendo piezas del rompecabezas de mi vida. Por lo que, emocionada y con una adrenalina recorriendo mi cuerpo, subí al piso tres, abrí la puerta de mi pequeña esquina de Madrid y empecé a escribir.
Miércoles 29 de junio, 12:34 p.m.
Una vez me enamoré de alguien que estaba escribiendo un libro. Me mandó diez capítulos de los treinta que quería escribir y me los leí igual de rápido que los latidos de mi corazón cuando lo vi acercarse a mí una noche con olor a mar. Meses después de su final, descubrí que hay personas destinadas a solo estar en tu vida por temporadas. Llegan a enseñarte algo de ti o sobre ti, y luego se marchan. A veces queremos retenerlas por miedo a empezar de cero y no saber cómo acomodar el vacío que dejan cuando se van. Pero entendí que para que una nueva temporada inicie, debemos aceptar el final.
Durante mi tiempo allí, con ese amor que no correspondía para durar toda una vida, recordé que uno de mis sueños era escribir.
Cuando tenía trece años y era la fan número uno de Justin Bieber (disclaimer: era de esas), pasaba mis tardes después del colegio escribiendo historias de amor con él y yo como protagonistas. Las publicaba a mis 24k seguidores en Twitter y vivía en esa fantasía porque a los trece, aún no permites que la rapidez y seriedad de la vida te quiten el gozo de la imaginación. Años más tarde, cuando sentí el dolor de un corazón roto, traté de liberar esos sentimientos incómodos por medio de textos cortos en Tumblr. Ese blog duró a lo largo de mi adolescencia, siendo así testigo también de la primera vez que me enamoré de verdad. Para contarte esto, busqué el blog y mi último texto publicado el 8 de febrero del 2017, lee:
“Cuando pasábamos horas envueltos en carcajadas, viéndonos a los ojos sin tener que decir con palabras que nos estábamos alegrando la vida por el simple hecho de estar a lado, juntos, locamente enamorados.”
Qué bonito es recordar los momentos en los que sientes que el corazón te va a explotar. En donde las palabras sobran y los ojos lo dicen todo. Otra razón por la que me gusta tanto guardar estos pequeños y grandes momentos en letras. Para, siete años mas tarde, poder seguir recordando lo mágico e infinito que se siente el primer amor.
Esa noche de verano en Madrid (aunque realmente no era verano aún, pero la temperatura marcaba los 39 grados celsius a las once de la noche, así que la seguiré llamando “una noche de verano”), después de una cita con un francés, decidí regresar a escribir y publicar. Ahora usaría otro método de publicación. Tal vez empezaría a escribir capítulos de un libro. O tan solo una recopilación de textos en forma de ensayos o correos. O, incluso, entries de journal. Pero escribir.
Escribir sobre esos antes y despuéses que marcan mi vida y nunca quiero olvidar. Contar historias en donde me he sentido viva de amor*, emocionada por nuevos comienzos y frustrada por las despedidas que parecen ser demasiado recurrentes en los 20s. Intentar describir con palabras esos sentimientos que parecen indescriptibles, como cuando suena tu canción favorita en el momento que habías decidido irte, convenciéndote de quedarte un ratito más. Y la cantas a todo pulmón, con los ojos cerrados y el corazón viajando en el tiempo a donde nació tu amor por esa canción: a unos labios con nombre y apellido, al olor de mar y arena, o incluso, al sabor a sal por las lágrimas de felicidad que recorrían tus mejillas.
Abrí una carpeta y la nombré “Letras”. La dividí por secciones y cada una, por capítulos. La primera sección la llamé: Una Historia de Amor. Esta es la introducción, y la seguirán historias cortas en forma de capítulos. Un par son del romántico por su poder de nunca irse realmente, muchas de amistad y hermandad, todas con un toque del propio y las últimas sobre aquellos que llamo hogar.
He escrito tantas historias de amor porque dejé de creer que estaban reservadas únicamente a las de pareja. Escribí sobre el amor a primera risa cuando, en el primer día de Universidad, a mi lado se sentó a quien hoy llamo mi mejor amiga y mi hermana del alma. Escribí sobre el amor platónico de alguien que siempre estuvo, pero nunca supimos acomodar ese sentimiento tan grande que nos unía. Escribí sobre el amor de padres, a quienes les debo todo, incluso, mi decisión de ser nómada. Escribí sobre el amor de primas, el que no se puede comparar con nada, pero sin él, estarías incompleta. Escribí sobre el primer amor, sobre su intensidad y lo que llega a marcarte, haciendo difícil no regresar a su recuerdo. Escribí sobre el amor a las amistades que llegan más tarde, pero que sientes como si llevan junto a ti toda la vida. Escribí sobre el amor a la soltería, de soltar la creencia que es un momento de ‘paso’ entre una relación y otra, y empezar a verla como un espacio para conocer y conocerte.
Espero mandar el primer capitulo este domingo.
Mientras tanto, y durante toda esta serie “Una Historia de Amor”, quiero abrir el espacio a que me mandes tu historia. Esa que pensaste mientras ibas leyendo estas letras. Sin hacerle mucho caso a la forma, solo al fondo. Quiero leerte y sonreír contigo porque viviste ese gran amor.
Me la puedes mandar aquí: kaos.ft.balance@gmail.com.
Gracias por leerme, muero por leerte.
Con todo mi cariño,
AniKaos <3
P.D. *La expresión “viva de amor” la saqué de uno de los libros que más he disfrutado leer. Te dejo un poco más del contexto y la recomendación (10/10): “La Cuenta Atrás Para El Verano” por La Vecina Rubia.
Capítulo 3: ¿Y si cambiamos la expresión «muero de amor» por «vivo de amor»?
*Sobre el amor adolescente*
“El amor a esa edad es un chute de energía maravilloso. Completamente incontrolable. Me despertaba cada día pensando cuándo y cómo volvería a encontrarme con él, y me podía pasar horas hablando de ello.
Me sentía viva de amor.”
Pero cuanta intensidad en tus letras amo ❤
Me encantó Anikaaa, tuve un flashback de varios momentos de mi vida.